Raíces de eternidad. El susurro de Dina entre las hojas
Hace una semana que Dina partió. Una semana que parece una eternidad envuelta en silencio. Los pasillos de la casa, antes animados por el golpeteo de sus patas pequeñas pero firmes, ahora solo guardan ecos de su ausencia. Es curioso cómo funciona la memoria y el corazón: mientras estuvo con nosotros, su presencia era natural como el aire que respiramos; ahora que se ha marchado, cada rincón la grita, cada sombra la dibuja.
¿Será cierto lo que alguien en momentos de reflexión compartió? ¿Que el duelo es el precio que pagamos por el amor? Si es así, amamos demasiado a Dina, porque este dolor se desborda como río sin cauce.
Los expertos en duelo animal llegan con sus palabras bien intencionadas, con sus etapas y procesos, con sus consejos de "tiempo al tiempo". No entienden que este dolor no es un enemigo a vencer, sino una forma extraña y preciosa de seguir amando. Porque mientras hayamos recuerdos, mientras su nombre siga naciendo en nuestros labios cada mañana, Dina no se ha ido del todo. Somos realistas, sabemos que físicamente no está, pero el amor no conoce de límites físicos.
Ayer, exactamente a una semana de su partida, decidimos que parte de Dina volviera a salir de casa. La llevamos —sus cenizas, su esencia— a un vivero cercano. María José y Liliana querían que ella eligiera el árbol donde quisiera seguir viviendo. Coco, su fiel amigo canino, también estuvo presente en esta ceremonia íntima de transformación.
No nos sorprendió que "eligiera" un árbol elegante, duradero, pequeño pero imponente, exactamente como ella misma: una personalidad condensada en perrunidad pura. En ese momento nos confabulamos todos: María José, Coco, el recuerdo de Dina y yo. Solo Liliana había pensado en una flor, pero al final, el árbol con cara de perro —así lo vemos nosotros— ganó por unanimidad silenciosa.
Algunos, con esa prisa moderna por "superar" el dolor, nos han sugerido irresponsablemente que busquemos otra mascota. Claro que no. No es el tiempo ni el momento. No queremos una sustituta; queremos a Dina, solo a ella, con sus manías, con su mirada que nos entendía mejor que muchos humanos.
Ahora la recibimos en este noble árbol, aunque aún no sé si podré sacarlo todas las mañanas al paseo matutino o solo le podré dar de beber. Desconozco si Liliana le podrá hacer moños como antes o deberá conformarse con acariciar sus hojas, peinándola al quitar las hojas secas. Ignoro si podrá dormir junto a María José o solo le brindará oxígeno puro, llenando su habitación con esa cálida esencia que solo Dina sabía dar.
La casa sigue habitada por cuatro, aunque solo tres respiramos. Porque Dina sigue aquí, en cada fotografía, en cada juguete que no hemos podido guardar, en cada ladrido lejano que por un segundo nos hace girar esperanzados.
Dina, pequeña guardiana de nuestras almas, sigue acompañando a esta familia que por ti enloqueció de amor. Porque ahora entendemos que no es que mientras estabas no estabas, sino que ahora que te has ido, verdaderamente comprendemos lo mucho que estabas.
@omantoni1
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