Dina… un amor incondicional




 

Dina, un Amor Incondicional 


Dina llegó a nuestras vidas un 24 de diciembre del 2013, como un regalo divino para nuestra princesa María José. Un regalo que, confieso, al principio recibí con cierta resistencia. Pero Dina no venía solo para ocupar un espacio en nuestra casa; venía para quedarse permanentemente en nuestros corazones, para convertirse en parte esencial de nuestra familia, en arquitecta de nuestra agenda diaria.


Su nobleza era inconmensurable. Podía quedarse sola en casa durante horas, y al regresar, nos recibía con una alegría tan pura, tan genuina, que solo las almas nobles son capaces de expresar. Era como si cada reencuentro fuera el primero, como si cada regreso fuera motivo de una celebración irrepetible.


Ningún paseo estaba completo sin ella. Estableció una regla tácita pero inquebrantable: donde Dina no podía ir, nosotros tampoco íbamos. Y aunque podría parecer que se aprovechaba de su posición privilegiada, en el fondo sabíamos que era justo que así fuera. A pesar de su pequeño tamaño, Dina poseía el espíritu de un león. Se enfrentaba con valentía indomable a perros mucho más grandes, sin jamás mostrar temor. Nos enseñó una lección invaluable: la grandeza no se mide por el tamaño físico, sino por la magnitud del corazón.


En María José y Liliana encontró sus más fieles cómplices. Ambas la consentían sin límites, adornándola con amor, ignorando mis objeciones que con el tiempo se desvanecieron. Me rendí ante ustedes tres, aunque debo confesar que fue una rendición voluntaria. Aunque nunca lo expresé abiertamente, Dina se ganó no solo mi respeto, sino también mi corazón entero.


Para María José, Dina fue confidente, compañera, amiga inseparable. Dormían juntas, contraviniendo mis instrucciones, pero ¿cómo separarlas cuando su vínculo era tan puro? Le brindaste a nuestra hija una alegría incomparable, una compañía excepcional. Y uno no puede sino rendirse ante el amor verdadero.


Liliana nunca escatimó en cuidados ni en demostraciones de afecto. Su amor por ti era incondicional, absoluto. A veces me costaba comprender tanta devoción, pero hoy, en tu ausencia, puedo entenderla perfectamente. Quizás fui quien menos demostró ese amor verbalmente, pero fui yo quien recogió tus desechos, quien te sacó a pasear todas las mañanas a las cinco y media, un ritual que ambos disfrutábamos intensamente. Y cuando estuviste hospitalizada, durante ese paseo en soledad, te extrañé profundamente y, debo admitirlo, las lágrimas brotaron sin contención.


Jamás imaginé que entre mis oraciones incluiría súplicas por una mascota, pero lo hice y sentí paz, porque estoy convencido de que en el cielo deben existir las mascotas; de lo contrario, no sería el paraíso que nos prometen.


Escribo estas líneas mientras yaces grave en el hospital. Anhelamos tenerte de vuelta en casa, aunque comprendemos que el camino no será sencillo. Quisiéramos traerte a nuestro hogar, donde sabemos que deseas estar, sin que sufras. Seguiremos orando por ti, esperándote, aceptando con humildad la voluntad divina.


Gracias, infinitas gracias por tu fidelidad inquebrantable, por tu hermosa compañía. Y algo permanece claro e indeleble en nuestro hogar: fuiste, eres y serás nuestra única DINA.


*En el lienzo de la eternidad, no son nuestras huellas las que perduran, sino las patas de aquellos que caminaron a nuestro lado, enseñándonos que el amor verdadero no requiere palabras, solo presencia incondicional.*


Omar 😥

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