El primer amanecer sin ella 🐕





La Huella Eterna de Dina


El primer amanecer sin ella llegó con una crueldad silenciosa. Siete horas después de que Dina partiera a ese lugar donde los perros corren libres para siempre, me encontré caminando solo por primera vez en años. Las calles parecían las mismas, pero todo había cambiado.


La ruta que tantas veces recorrimos juntos se extendía ante mí como un lienzo vacío. Mis pasos, ahora sin el ritmo que ella marcaba, sonaban huecos sobre el pavimento. Caminaba con la cabeza gacha y los ojos nublados por lágrimas que se negaban a cesar, deteniéndome instintivamente en cada punto que ella, la pequeña gran alfa, había marcado como territorio exclusivo en nuestras innumerables aventuras matutinas.


Antes, cuando paseábamos sin prisa —porque era Dina quien dictaba el tiempo y el espacio de nuestro mundo compartido— los transeúntes se detenían, hipnotizados por su belleza. Deportistas, trabajadores de la salud, caminantes ocasionales... todos se inclinaban ante ella, rendidos a su encanto. Y Dina, presumida y consciente de su efecto, les correspondía con un elegante movimiento de cola, un gesto real de aceptación que los hacía sentir especiales.


Pero hoy, nadie se detuvo. Ninguna mirada se cruzó con la mía. Ninguna sonrisa. Ningún saludo. La ciudad continuaba su marcha imparable, indiferente a mi dolor, a la ausencia que me acompañaba como una sombra. Y entonces lo entendí: solo se rinde tributo a quien tributo merece. El amor que Dina irradiaba era lo que atraía a todos, no yo. Su presencia había perfumado aquellos caminos con algo puro que ahora se desvanecía, obligándome a seguir adelante en un silencio que nadie más percibía ni tenía por qué percibir.


Al regresar a casa, el vacío se hizo aún más evidente. Me senté a leer y escribir, actividades que siempre compartíamos en silenciosa complicidad. Giré la cabeza por instinto, buscándola en su lugar habitual, solo para enfrentarme a la certeza demoledora: no estaba allí. Y no estaría nunca más. Porque cuando estuvo, estuvo para siempre; y ahora que se ha ido, también se ha ido para siempre.


Los mensajes de consuelo han llegado, algunos desde la empatía de quienes conocen este dolor particular, otros desde la compasión distante. Y sí, habrá quienes se rían o minimicen este duelo porque "era simplemente un perro". Tienen razón en lo último, pero se equivocan en lo primero. No era cualquier perro. En nuestra casa, tenía un nombre, una personalidad, una historia entretejida con la nuestra. Se llamaba Dina.


Y como dice una de mis canciones favoritas, los recuerdos no ladran, no corren, no juegan. Están allí, atesorados en el corazón, pero no pueden llenar el espacio que deja una cola que ya no golpea contra el suelo al verte llegar, ni reemplazar el calor de un cuerpo pequeño que se acurrucaba junto al tuyo en las noches frías.


No menosprecien este dolor quienes no lo entienden. Porque en esas cuatro patas caminaba un trozo de nuestra alma, y en sus ojos brillaba el amor puro que muchos humanos son incapaces de ofrecer.


Si las estrellas son almas que nos cuidan desde el cielo, esta noche hay una que brilla con especial intensidad, guiñándome desde lo alto cada vez que miro hacia arriba, recordándome que, aunque nuestras vidas sean más largas, son sus huellas las que marcan para siempre el camino de nuestros corazones.​​​​​​​​​​​​​​​​

@omantoni1

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