Grito en el Desierto de Nuestros Tiempos

 


 Grito en el Desierto de Nuestros Tiempos


En este primer viernes de cuaresma, resuena un grito que nos despierta del letargo espiritual. No es tiempo de susurros complacientes sino de verdades que sacuden el alma.


El Señor nos interpela hoy con una voz que atraviesa los siglos: "¡Grita a pleno pulmón, no te contengas!" ¿Cuándo fue la última vez que permitimos que la Palabra nos incomodara hasta la médula?


Nos hemos convertido en maestros del autoengaño. Frecuentamos templos, consultamos oráculos, nos vestimos de piedad mientras nuestros corazones permanecen intactos, sin la necesaria ruptura que precede a toda conversión auténtica.


Practicamos un "ayuno de escaparate" - visible, admirado, fotografiado para redes sociales - mientras seguimos oprimiendo al débil con nuestras decisiones diarias. Nos golpeamos el pecho en público mientras nuestras manos firman contratos injustos. Inclinamos la cabeza en oración mientras nuestros ojos evitan la mirada del necesitado en la calle.


¿De qué sirve abstenerse de carne los viernes si devoramos la dignidad de nuestros hermanos el resto de la semana?


El Señor desnuda nuestra hipocresía con la claridad de un relámpago: "¿Para qué ayunar, si no haces caso; mortificarnos, si no te enteras?"


La cuaresma que Dios desea no cabe en nuestras agendas controladas ni en nuestras devociones tibias. Nos pide una revolución, no un ritual. Nos exige justicia, no incienso. Reclama amor encarnado, no palabras piadosas.


"Este es el ayuno que yo quiero": un mandato que sacude los cimientos de nuestra espiritualidad adormecida. No busca más templos de piedra sino corazones en llamas que:


- Suelten las cadenas de los sistemas que aplastan

- Liberen a quienes sufren bajo el peso de deudas injustas

- Compartan mesa y techo con quienes la sociedad descarta

- Cubran la desnudez de un mundo expuesto a la intemperie del egoísmo


Solo entonces brillará nuestra luz como aurora. Solo entonces sanarán nuestras propias heridas. Solo cuando dejemos de mirarnos el ombligo espiritual y nos manchemos las manos con el barro de la humanidad doliente.


El Señor nos promete su presencia, pero no en el confort de nuestras zonas seguras, sino en el riesgo del amor comprometido. Nos asegura su respuesta, pero solo cuando nuestro grito no sea por nosotros mismos sino por la justicia para todos.


Esta cuaresma, atrévete a un ayuno que incomode, a una oración que transforme, a una limosna que duela. Entonces, solo entonces, cuando clames al Señor desde la autenticidad y no desde la apariencia, escucharás su voz que te dice: "Aquí estoy".​​​​​​​​​​​​​​​​


Omantoni1 

Comentarios

  1. Entender que el camino de la cuaresma pasa por la puesta en el desierto de un corazón sincero, es querer aprovechar el momento de gracia como el momento de Dios. El camino de Dios no es parecer. es SER.

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