LOS ZAPATOS GASTADOS DEL PAPA FRANCISCO



En un mundo donde el poder se exhibe con galas ostentosas y símbolos de opulencia, los zapatos gastados del Papa Francisco se erigen como un monumento silencioso a la autenticidad evangélica. Aquellos calzados desgastados que acompañaron sus pasos hasta el final de su camino terrenal, presentes incluso en su funeral, constituyen quizás el emblema más elocuente de su pontificado. Porque aquel que fuera el máximo líder de la Iglesia Católica nunca olvidó ser el mismo joven sencillo, Jorge Mario Bergoglio, que sintió el llamado de su vocación en la pequeña Parroquia de San José de Flores en Argentina.


Estos zapatos, testigos de innumerables kilómetros recorridos en servicio a los más vulnerables, revelan la verdadera esencia de un hombre que rehusó las comodidades y privilegios que su posición le confería. No eran simples objetos de indumentaria, sino la manifestación tangible de un compromiso inquebrantable con la sencillez evangélica que tanto predicó.


Francisco transitó por los corredores vaticanos y las periferias existenciales con igual humildad, transformando cada paso en testimonio vivo. Sus zapatos desgastados, lejos de ser motivo de vergüenza, se convirtieron en símbolo de una vida consagrada al servicio sin reservas, de un pastor que prefirió "oler a oveja" antes que a perfumes refinados.


En una institución milenaria donde la magnificencia ha sido a menudo compañera del poder, el Pontífice argentino recordó con gestos concretos que la verdadera grandeza reside en la simplicidad. Sus zapatos gastados representaron una revolución silenciosa contra el exceso, una invitación constante a despojarse de lo superfluo para abrazar lo esencial.


Francisco nos enseñó que la vida debe estar íntimamente unida a la vocación, gastados hasta el fin, como la vela se gasta dando luz. El Papa Francisco nos mostró que los lujos, el protocolo y el orgullo nada tienen que ver con el Evangelio que Cristo predicó. Muchos que hoy ostentan algún cargo de poder en la Iglesia deben mirar en la figura de Francisco que es necesario ser consecuente entre aquello que vivimos y aquel a quien seguimos.


Quizás, al final del camino, no seremos juzgados por el brillo de nuestros ornamentos, sino por las huellas que dejamos en nuestro peregrinar. Los zapatos gastados de Francisco no son un signo de pobreza, sino la prueba irrefutable de una riqueza incomparable: la de quien ha entregado cada paso de su existencia al servicio de Dios y de la humanidad.


Y cuando la historia contemple el legado de este hombre que caminó entre los poderosos con zapatos gastados, entenderá que la verdadera revolución no se fragua en discursos grandilocuentes, sino en la coherencia silenciosa de quien predicó con el ejemplo hasta que sus suelas tocaron el polvo del último sendero. Porque Francisco, desde San José de Flores hasta la Cátedra de Pedro, supo siempre que quien debía brillar era Dios, y no él.


@omantoni1

Comentarios

Entradas más populares de este blog

El primer amanecer sin ella 🐕

Huellas eternas: un homenaje a DINA