En el teatro de la vida
En el teatro de la vida espiritual, he sido testigo de una paradoja que desgarra el alma: aquellos que señalan con dedo acusador son, frecuentemente, los que más sombras esconden en sus propios armarios. Como un espejo que refleja nuestras contradicciones más profundas, he observado a líderes que, con voz atronadora, denuncian los pecados ajenos mientras sus propios demonios de lujuria danzan en la oscuridad de sus aposentos privados.
La ironía más punzante de nuestra época se materializa en las trincheras de la fe. En mis andanzas, he descubierto una verdad desconcertante: entre aquellos que proclaman no creer en nada, he encontrado la lealtad más pura, el compromiso más sincero. Mientras tanto, en los autoproclamados ejércitos de Cristo, he presenciado cómo muchos hermanos abandonan a hermanos, cómo soldados heridos son dejados a su suerte por aquellos que deberían ser sus guardadores.
¡Qué fácil es engañarnos! Nos pavoneamos por los pasillos de nuestras congregaciones, denuestos grupos apostólicos, de nuestras “refugios de beneficencia “, de nuestros planes pastorales, vestidos con túnicas de aparente santidad, sosteniendo piedras en nuestras manos, listos para lapidar al próximo pecador que se cruce en nuestro camino. Nos hemos vuelto expertos en el arte del juicio, maestros en la disciplina de la condena ajena.
Pero existe un momento de verdad, un instante sagrado donde todas las máscaras caen. Como aquella antigua historia donde el Maestro escribía en la arena, llega el día en que nuestros pecados más oscuros, esos que creíamos tan bien guardados, son expuestos a la luz del mediodía. En la playa pública de la vida, el Señor traza con su dedo las verdades que nos negamos a admitir.
Es en ese momento de revelación cuando realmente nos conocemos. Cuando el velo de la hipocresía se desgarra y quedamos desnudos ante la verdad, es entonces cuando descubrimos quiénes somos realmente. No somos mejores que aquellos a quienes juzgamos, no somos más santos que aquellos a quienes condenamos. Somos simplemente humanos, necesitados de la misma gracia que tan frecuentemente negamos a otros.
O.A.
@omantoni1
Comentarios
Publicar un comentario
Lo que se exige con respeto, con respeto se responde, lo demás simplemente se ignora. Gracias por hacer parte de quienes buscan un mundo mejor.