Lo conocí en mi desierto

 A lo largo de mi vida, he tenido diversas experiencias que han moldeado mi comprensión de lo divino. En un principio, creí que Dios habitaba en los palacios, en esos lugares donde se dictan normas y se establecen reglas sobre quién merece la salvación y quién no. En esos espacios, rodeados de ostentación y poder, parece que algunos se arrogan el derecho de decidir el destino espiritual de otros. Allí, la fe se convierte en una franquicia, un producto que se vende con etiquetas y precios, donde el amor y la compasión a menudo quedan relegados a un segundo plano.


Sin embargo, mi encuentro más profundo con Dios no ocurrió en esos palacios ni en las estructuras rígidas que intentan encerrar lo sagrado. Lo conocí en mi desierto, un lugar árido y solitario donde las certezas se desvanecen y las ilusiones se desmoronan. En ese desierto, me quedé con pocos amigos; afortunadamente, la mayoría me dijo que no. Fue un momento difícil, pero también revelador. Allí, en la soledad y el silencio, aprendí a escuchar mi propio corazón y a buscar respuestas más allá de las convenciones sociales.


En el desierto, la falta de compañía me obligó a confrontar mis propios miedos y dudas. Fue un espacio de introspección donde pude cuestionar lo que realmente creía y deseaba. En ese proceso, descubrí que Dios no está limitado a las definiciones humanas ni a los dictámenes de quienes pretenden tener la verdad absoluta. Dios se manifiesta en la vulnerabilidad, en los momentos de crisis y en la búsqueda sincera de significado.


A través de mis luchas y reflexiones en este desierto personal, entendí que la conexión con lo divino es íntima y única para cada individuo. No se encuentra en las grandes declaraciones o en los rituales impuestos por otros; se encuentra en el amor incondicional hacia uno mismo y hacia los demás. En ese espacio desértico, aprendí que la salvación no es un privilegio reservado para unos pocos, sino una invitación abierta a todos aquellos que buscan autenticidad y conexión genuina.


Así, mi viaje espiritual me ha llevado a comprender que Dios no reside solo en los palacios ni se limita a las normas establecidas por quienes creen tener el control. Dios está presente en cada rincón del desierto de nuestras vidas: en las luchas cotidianas, en la búsqueda de verdad y en el abrazo sincero de aquellos que eligen estar a nuestro lado. En este viaje hacia lo divino, he encontrado una paz profunda al aceptar que el conocimiento de Dios es un camino personal e intransferible, lleno de matices y posibilidades infinitas.

@omantoni1


O.A.B.G

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